LIBROS

 

1ºLIBRO SIN ACABAR)

Antiguamente, la ciudad de Golium, estaba repleta de campos con flores y de un césped verde  claro. Las calles se encontraban alegres y coloridas y por ellas llegaba el olor a pan recién  hecho y a pollo asado. Sobre las casas se podían divisar las banderas de todas las ciudades que hacían de Elyo un país pequeño, pero alegre. Sobre los tejados de Golium, cada noche, se  veían a los gatos escalarlos y llegar hasta el punto más alto de la ciudad. Cada persona de allí, vivía sin problemas, tranquila y con alegría. Ahora, de esa estupenda Golium, solo quedan los escombros de lo que antiguamente era un sitio lleno de felicidad. Todos la conocen por el nombre de Dissipata1. En Elyo había estallado la guerra y solo quedaban unas pocas ciudades a salvo, Sikrom, Vastu, Uhom, Plemind y  Rulhum. Muy pocos sabían dónde se hallaban esas ciudades, por eso aún no habían podido ser destruidas. Dado que en Elyo no existía la monarquía, el país tenía un representante en cada ciudad. Al comenzar la guerra contra Amistro, un país grande y con muchos guerreros a su disposición, todos los representantes se habían unido para buscar una solución y mantener la paz entre los dos países. Después de varios meses, los representantes, se dieron cuenta de que Amistro no quería tratados de paz. Solo quería apoderarse de aquel pequeño país. Así pues, decidieron que todos los chicos desde a partir de dieciocho años, tendrían que prepararse para luchar por su país. Tendrían que entrenar duro para poder tener posibilidades contra los guerreros amistrienses.

En un lugar, por el sur de la montaña de Quiriquium.

Aarón se despertó lleno de un sudor frío que le recorría la cara. Solo había sido una pesadilla. Estaba él corriendo por una ciudad que estaba en ruinas, no sabía dónde se hallaba, a lo lejos oía a una niña gritando. Intentaba buscarla pero no la encontraba. Entonces salía una niebla densa y oscura que no le dejaba respirar. Seguía oyendo a la joven, pero no podía hacer nada. Una columna de fuego salía de entre una casa semiderruida y le quemaba los ojos. Después, se había despertado.  Hacía ya más de una semana que Aarón había recibido la carta. Nunca pensó que tendría que dejar su preciosa ciudad o sus verdes campos. Pero así había pasado y así tendría que ser. El país le había llamado para luchar con los demás soldados y salvar a su país de aquella tristeza que se abatía en él. Aarón no tenía miedo, su padre siempre le había dicho una frase que siempre recordaría; Nadie llegó a la cumbre acompañado por el miedo. Y él quería llegar a esa cumbre, quería ser importante. Se levantó y se empezó a vestir con la típica ropa de campesino y su más preciado sombrero de paja. A continuación se miró en el espejo de su habitación. Aarón era un chico de diecinueve años, alta estatura y corpulento. Su pelo era rubio como los granos de maíz que cada día recogía y su nariz era de dimensiones grandes pero tenía una forma peculiar y bonita. Su piel era muy morena ya que el sol la había tostado cada día de trabajo. Pero, con diferencia, lo que más se destacaba de él eran sus ojos. Eran de un color azul claro como el mar de aguas tranquilas. Tenían un brillo especial, como si te invitasen a mirarlos hasta que cualquier otra cosa captase tú atención. Sus ojos eran lo que más le gustaban de él. Aarón apartó la mirada del espejo y se dirigió a la puerta donde ya le esperaba su padre. Iban a ir juntos a trabajar en su modesto huerto. Abrió la puerta y se encontró con la ciudad de Rulhum, su ciudad.

En otra parte, en la ciudad de Vastu:

 

                                                              Dissipata: Proviene del latín y significa “La ciudad en ruinas

Marilia caminaba por una calle solitaria. Le llegaban los olores de la primavera y el sonido de los pájaros cantando. Todo parecía estar en perfecto estado, nada malo pasaba por aquellos bosques, campos y pueblos. Pero ella sabía que sí había algo. Desde hacía un tiempo sus padres habían estado hablando en susurros y se habían alejado cada vez más de ella hasta apartarla completamente de su lado. Marilia se sentía sola e inquieta. Sus padres nunca habían estado así, ellos siempre habían sido alegres y tranquilos. Pero ahora estaban estresados, y eso significaba que estaba pasando algo terrible.

Siguió caminando hasta que sus pasos la llevaron a una casa de color canela con unas ventanas redondas y muchos girasoles en el jardín. Probablemente esa sería su casa para dentro de unos meses. En aquel pequeño país cuando cumplías dieciocho años, un chico de tu misma edad te escogía para casarte y tener hijos. A los hombres les dejaban un año para escoger, pero el futuro esposo de Marilia ya la había seleccionado. Un chico pelirrojo y con ojos ambarinos, llamado Johnathan. En su opinión, Johnathan era un chico guapo y trabajador. Pero era maleducado, presumido y tenía un carácter poco agradable. Si fuera por ella no se casaría con él pero esas eran las normas. Las mujeres no podían elegir con quien casarse. Siempre había sido así. Ninguna opinión al respecto.

El camino se ensanchó y dio paso a un campo lleno de maíz y hierba fresca. Por detrás se divisaba un pequeño bosque con árboles de hojas rosas y blancas e incluso algunas lilas. Marilia se acercó a un árbol de tronco grueso y se sentó bajo la sombra de aquella enorme planta a disfrutar de un amanecer primaveral.

Rulhum

Aarón y su padre habían trabajado todo el día en el huerto recolectando y cultivando. Su padre ya tenía bastantes años y los signos de cansancio ya se le notaban en el rostro. Osvaldo era alto y su pelo se había tornado de un negro azabache a un gris claro. Sin duda los ojos de Aarón los había heredado de él, pero la diferencia era que los ojos de Aarón tenían un brillo especial de alegría y felicidad, en cambio los de Osvaldo ya habían perdido ese resplandor. Hacía ya siete años desde la muerte de la madre de Aarón. Pero su recuerdo seguía presente entre ellos. Osvaldo cayó en depresión cuando su esposa decidió dejar de vivir y se lanzó por el acantilado. Aquel acantilado en el que Aarón había ido con su madre a observar las olas rompiendo contra la pared de rocas. Su padre no había sido el mismo desde que el accidente pasó.

Dejaron atrás el huerto y se encaminaron por las calles de Rulhum. Se cruzaron con tres muchachas rubias y con vestidos de seda y rosas. Las tres chicas se pararon a saludar y sonrieron con descaro a Aarón. Todas eran iguales, no tenían originalidad, siempre caminando por la ciudad como si fueran sus dueñas. Y lo menos agradable era que dentro de poco alguna de ellas tendría que ser su esposa. Hacía un poco menos de un año que le habían dicho que tendría que elegir a una chica de su edad para casarse y formar una familia. Y ese año estaba llegando a su fin. Le resultaba muy difícil decidirse por alguna de ellas ya que no tenían nada de especial. Su padre le recomendaba que eligiera a  Emily, una de las tres chicas con las que se habían cruzado y sin duda la más descarada del grupo. Emily era muy guapa y además era la hija del alcalde con lo cual sería muy beneficiador para él y para su padre, pues eran unos simples campesinos. Pero por más que lo intentaba, no conseguía que le gustase aquella chica. Por su parte, Emily no parecía tener ese problema…

En la casa del alcalde de Rulhum

Emily se estaba preparando para ir a pasear con sus amigas, Sarah y Natasha. Se puso enfrente del armario y empezó a descartar vestido tras vestido hasta encontrar el elegido. Era de color rosa coral, ajustado a la cintura y con muchos detalles grabados. Se recogió el pelo en una gran trenza y se la decoró con pequeñas margaritas entre el pelo. Se perfumó con su colonia de rosas y se miró en el espejo de pared. Emily sonrió a su reflejo. Ella sabía que era muy guapa y que todos los chicos la querían de esposa, y de hecho ya la habían escogido. Pero ella era la hija del alcalde y podía hacer lo que quisiese. Lo único que no podía hacer era que no podía decidir con quién quedarse, excepto si ese chico te elige. Y Emily esperaba que ese chico fuese Aarón. Aarón era, sin duda, el chico más guapo de la ciudad. El único inconveniente que tenía era que él no parecía querer casarse con ella. Él no tenía muchos amigos y nunca asistía a las fiestas de Rulhum, pero eso a ella no le importaba. La envidia que iba a darles a sus amigas cuando se enterasen de que Aarón la había elegido. Porque ella tenía muy claro que la iba a elegir. Iba a hacer todo lo imposible por conseguirlo, pero tenía que hacerlo rápido porque el año que le quedaba por escoger se le estaba agotando.

Bajó las escaleras de caracol que daban al primer piso y salió a la calle donde se encontró con Sarah y Natasha. Sarah y Natasha eran altas y rubias y también solían llevar vestidos rosas como ella. Las tres se llevaban bien pues sus dos amigas afirmaban todo lo que esta decía, y eso a Emily le gustaba. Ella era la importante y no todas las demás y esa era la razón por la que Aarón tenía que elegirla. Pasaron por la plaza del pueblo donde un gran roble estaba plantado en el centro. Se sentaron en un banco y comenzaron a hablar.

-Mi padre vuelve a estar ocupado con todos los problemas que le dan los campesinos y sus propuestas para una ciudad mejor.-Dijo Emily exaltando las tres últimas palabras.

- Se piensan que sus opiniones van a interesarnos y no nos interesan lo más mínimo.- Afirmó Sarah.-Y encima lo único que dan son problemas.

-El único que puede merecer la pena de los de su clase es el chico ese tan guapo que vive en la calle Girasol. ¿Cómo se llamaba? ¡Aarón!- Dijo Natasha.

-Cuidado Nat, ya sabes que me va a elegir, yo que tú me andaría con cuidado.- Le dijo Emily a Natasha en tono desafiante.

-Pero Emily, debes de pensar que él no ha elegido aún y puede que elija a otra, incluso alguna de nosotras dos.-Opinó Sarah.

-¡Oh, cállate!- Gritó Emily con ira.

Después de aquel repentino enfado de Emily, no volvieron a hablar y se pusieron a andar de nuevo en silencio. Pasaron varios minutos hasta que apareció un chico joven y un señor mayor por la esquina que daba a los huertos y campos de Rulhum. Eran Aarón y su padre.

Ese día en especial estaba muy guapo, quizás era por su piel habitualmente quemada por el sol, o por los ojos azules claros. Emily le sonrió con picardía. Sabía que iba a escogerla, tenía que escogerla. ¿Quién no iba a quererla como esposa?

En una casa pequeña por el este de Plemind

Otro día más que le acercaba a irse de su casa y alejarse de su familia. Estaba harto de todo aquello, la guerra, los muertos, las despedidas… ¿Por qué tenía que ser así? Estaba aterrado. No sabía lo que se iba a encontrar allí. Quizás acababa muerto o gravemente herido. Solo quería que nunca llegase ese momento.

Un ruido de pasos lo sacó de sus pensamientos y se dio cuenta de que ya no estaba solo en esa habitación. Su hermano más pequeño, Louis, acababa de entrar y le miraba desde la rendija de la puerta.

-Buenos días pequeñajo, ¿me das un beso?- Le dijo sonriéndole.

El pequeño se abalanzó sobre él y le abrazó. Empezaron a saltar encima de la cama y se pusieron a reír. Hasta que los dos se tumbaron exhaustos y empezaron a hablar:

-¿Es verdad que te vas a ir?-Le preguntó Louis a su hermano mayor.

-¿Cómo?-

-Le oí decir ayer a mamá que te ibas a ir y nos ibas a dejar. ¿No me vas a dejar solo no?- El hermano pequeño tenía lágrimas en los ojos cuándo le preguntó eso.

-¿Te acuerdas de cuando fuimos a ese bosque tan grande el verano pasado?- Al ver que su hermano asentía siguió hablando.-Pues ahí es adónde voy a ir. Me han dicho que tengo que ir a cuidar los árboles y a los animales.- ¿Y te acuerdas de la ardilla que tenía la tripa blanca? Pues está enferma y tengo que hacer que se ponga bien.

-Y el río que tenía muchos peces, ¿vas también a cuidarlo?- Le dijo emocionado Louis.

-Sí, y seguro que incluso me puedo bañar.

-Entonces quiero ir contigo.- Exclamó el pequeño.

-No, porque yo te necesito aquí. Cuidando de mamá y de tus hermanas.- Al ver que su hermano se había desilusionado intentó alegrarlo.-Pero cuando yo vuelva podremos ir juntos y te enseñaré todo lo que he hecho.

-Vale… pero prométeme que lo harás.

-Te lo prometo.

Louis pareció convencido porque le dio un beso y le dijo que había que ir a desayunar. Entraron en la pequeña cocina y se encontraron con sus dos hermanas gemelas y con su madre, que cocinaba ajetreadamente un huevo de gallina para cada uno. Ese era su desayuno de cada día.

Antes eran cinco hermanos, pero el mayor murió por una enfermedad mortal el día siguiente de haberse casado con la que iba a ser su mujer. Él era muy pequeño para poder trabajar, pero lo tuvo que hacer para poder alimentar a toda su familia ya que su hermano mayor era el que traía el dinero a la casa.

-Buenos días cariño, he hecho huevos.- Le saludó su madre.

-Gracias mamá.

-¡Kane, Kane! ¡Mira las trenzas que nos ha hecho mamá!-Alice y Elisabeth, las dos gemelas gritaron.

-¿Quiénes son esas princesas tan guapas que están en mi casa? ¡¿No serán mis hermanas!?- Dijo Kane.

-¿Te gustan?-Le preguntó Elisabeth a Kane.

-¡Nunca he visto a dos chicas tan guapas por esta ciudad!-

-Venga niños iros a la escuela que llegáis tarde.- Les dijo su madre.

Todos le dieron un beso y se fueron por la puerta principal hacia la escuela. Pero antes de irse, Louis le dijo al oído:

-Me lo has prometido.

Y se fue pensando que su hermano mayor iba a ir a cuidar de animales y plantas cuando en realidad iba a ir a una lucha imposible.

Vastu

Marilia había perdido la noción del tiempo, se había quedado dormida con los colores del amanecer. Pronto tendría que ir al mercado a comprar frutas y verduras para la posada de su padre, pues ella trabajaba allí. Se levantó despacio y fue caminando hacia su pequeña y modesta ciudad. Durante el camino por el bosque se encontró con un cervatillo y con varias ardillas comiendo bellotas, nada especial. Pasó por delante de un arroyo y la imagen de una chica de mediana altura y rubia se reflejó. Ella nunca se había considerado una chica guapa, o por lo menos con un buen cuerpo. Sus ojos castaños eran demasiado simples y con poca originalidad. Su pelo, un desastre. Muy ondulado para su gusto. Marilia nunca había tenido confianza en sí misma, muchas personas la habían hecho desaparecer. Según su mejor amiga, Emma, ella era preciosa y no había ningún problema en su cuerpo, ojos o cabello. Pensándolo bien, Johnathan era el chico más guapo de la ciudad y la había elegido. Algo debía tener, pero no lograba saber que era.

A lo lejos ya oía los sonidos del mercado en marcha. Pasaba por cada puesto y veía a las distintas personas que vendían sus productos, le encantaba imaginarse una historia detrás del aspecto de las personas. Ese pescador con la barba sin afeitar y con mirada grotesca, seguro que tiene una hija de ocho años esperando en casa para que juegue con ella a las muñecas o que le cuente historias para dormir. La mujer con la cara muy maquillada y joyas enormes colgando del cuello, su marido ha muerto hace poco y solo quiere ahogar su tristeza en maquillaje. Y esconder todo su dolor detrás de él.

Compró todo lo necesario para la cocina de la posada: manzanas, tomates, ajo, cebolla, especias y todo tipo de verduras y frutas.

Miraba curiosamente un pañuelo con bordados dorados y distintos tonos de azul en un puesto cuando alguien gritó su nombre.

-¡Marilia! ¡Aquí Marilia!- A lo lejos divisó un cabello pelirrojo y una mano moviéndose muy rápidamente de izquierda a derecha.

Era Johnathan.

Bajó rápidamente la mirada y empezó a mirar distraídamente objetos extraños mientras intentaba alejarse lo máximo posible de él. Todos sus esfuerzos fueron en vano pues Johnathan no tardó en alcanzarla. Marilia soltó un gruñido por lo bajo y saludó a su futuro marido con una falsa sonrisa.

-Buenos días Johnathan, ¿Cómo estás?- Intentó sonar amable, aunque no sé si funcionó.

-Muy bien, gracias. ¿Dónde has estado? Llevo dos horas buscándote. Tenemos que hablar sobre los preparativos de la boda. Ya sabes que dentro de poco me iré a la guerra.- Se le había olvidado, no le apetecía nada pasar el día con ese chico.

Johnathan tiró de ella y esquivando a todas las personas que iban y venían con bolsas de comida fueron a la casa del joven.

Nada más entrar les atendió una de las sirvientas de la casa. Les preparó un té y se sentaron en la enorme mesa de comedor. Poco después apareció la madre de Johnathan. Hablaron sobre los preparativos, los invitados y sobre el gasto que iba a causar toda la boda. Pero sobre todo hablaron del novio, él tenía que ser el protagonista pues era el hijo del alcalde y yo solo era un decorativo más. Esa tarde, Marilia, su madre y la de Johnathan iban a comprar el vestido de boda. Por más que insistió, al chico no le dejaron ir pues daba mala suerte que antes de la boda el novio viese el vestido.

Las horas pasaron y cada minuto era una pesadilla para ella, su mente viajaba por lugares remotos llenos de color, ríos y mares turquesas. Incluso le apetecía ir a la posada de su padre a trabajar, todo era mejor que eso.

-Las flores azules y rosas, no, no mejor…. ¡amarillas y rosas! ¿Tú qué opinas?- La señora Winter hizo que todos sus sueños desaparecieran en un segundo. Trató de incorporarse y contestó con la mejor respuesta que se le ocurrió.

-Prefiero las azules y rosas, señora, pues creo que le dan un toque masculino y femenino a la vez a la boda.- Menuda estupidez, una boda es una boda y nos es necesario que haya que decidir entre el color de unas flores. Sobre todo sabiendo que un montón de gente muere de hambre y con el dinero que se gasta en las decoraciones podrían tener para comer.

  

-Buena respuesta querida, pero creo que serán mejor amarillas y rosas.- Y otra vez nadie la tomaba en cuenta. Miró el reloj y se dio cuenta de que ya era la hora de comer.

-Se ha hecho muy tarde, será mejor que me vaya a comer a mi casa. Os ruego que me disculpéis. –Odiaba tener que tratarlos con tanta educación pero era mi deber.

-Está bien, iré a recogeros a las cinco en punto con mi carruaje para ir a por el vestido. Espero que estés lista cuando llegue.